sábado, 9 de octubre de 2010

Tu piel.

Llego a donde te encuentras, estás ahí, acostada, boca abajo, con tu brazo izquierdo recibiendo tu rostro, no lo veo, pero el color y forma de tu cabello no me dejan lugar a dudas: eres tú. Tu cabello cae como una cascada en tus hombros, están libres pero no inquietos, estás dormida supongo, tu respiración es tranquila y no me escuchas. Estás completamente desnuda, con tu piel con ése tono que me emociona, como cuando la veo a la luz de la Luna. Me acerco a tí, mi mano duda en tocarte, temor de despertarte, temor a que te molestes conmigo, es un instante, mi mano ya no se puede detener y aparta lo más delicadamente posible tus cabellos, los toca entre las yemas de los dedos, los disfruta, los deja.

Coloco suavemente mi palma en la blanca piel de tus hombros, inicio de tu espalda, cuán largo es el camino que quiero recorrer, toda esa piel que no se ofrece pero está ahí, mi mano se acerca cual fierro atraído por el imán, no sientes mi presencia en tus hombros y eso hace que me emocione más y comience a recorrer lentamente todo deteniéndome en los lunares que encuentro no para contarlos, solo para conocerlos, para grabarlos en mi memoria.

Sigo bajando, recorriendo el camino que me indica tu columna, no te mueves, no estás ausente, mi emoción es enorme, mis latidos incontables y mi mano lenta aún, quiere sentir todo: calor, suavidad, humedad, color.

He llegado a la Y que delimita tu espalda, he llegado al momento de la decisión, dar marcha atrás, o en definitiva buscar nuevos senderos en los montes que avisoro desde este punto donde estoy. La segunda opción es más tentadora y cedo ante ella, así que inicio mi recorrido por uno de los montes que me llevarán a tu talón, me quedo buen rato disfrutando en la altura preludio del descenso, desciendo por tus piernas, blancas como siempre las he visto, la Luna con sus rayos siempre me las ha enseñado así, pero ahora las tengo para mí. No puedo más y desciendo a tus pies, sin pensarlo volteo hacía arriba y desde la perspectiva que tengo, me encuentro en la necesidad de otra pregunta, regresar por el camino andado o iniciar una nueva aventura en tu otra pierna para regresar a tu espalda por otro camino, me cambio de camino e inicio ahora a sentir tus muslos, me gustan, lo sabes, al igual que tus piernas, no estoy tomando vuelo, al contrario, recorro más lento aún el camino de regreso pensando en la posibilidad de tu despertar.

Mis ojos saben que hay algo más, buscan y encuentran, es en la separación de esos dos montes de inicio y regreso, punto inicial y final tu espalda, donde mi vista se queda, esperando poder encontrar el tesoro escondido, ahora entiendo la luz que emana de tí, es el tesoro en el arcoiris que eres tú.

La subida es igual de emocionante que la bajada, ¡ho!, cuánta similitud en sensaciones, ambos sentidos encontrados, por fin llego al inicio de la subida que me permitirá ver desde el punto medio, hacia tus pies y hacia tu espalda. Quiero introducirme en la travesía de pasar de un monte a otro, pero sin dejar de sentir tu piel, ¿es mucho atrevimiento? lo pienso, dudo, sigo estando en la meseta, dando vueltas con toda la indecisión. Tiendo un puente con mis dedos, de tal forma que ahora estoy en ambos lugares sin perder a uno y otro, mis dedos cual abanico, se desplegan para disfrutar de esa doble sensación.

Mis ojos regresan a la duda, a la búsqueda del tesoro, sin más respuesta que tu respiración lenta.

Mis latidos están al borde de la locura, indecisión: ¡siempre apareces cuando no debes!

Quiero llegar más allá pero no te haz movido..., no volteas..., me alejo..., inicio mi partida.., despierto a la realidad: Sí, solo fue un sueño.

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